«La decisión del Gran Maestre de introducir este fuerte símbolo de la vasija para las Damas es un gran regalo»
La espada, la vasija de aceites perfumados y las espuelas cobran protagonismo en el Ritual de la Vigilia de Investidura, en referencia a lo que estos símbolos representan espiritualmente.
«Me gustaría expresar en primer lugar mi más profunda gratitud y agradecimiento al Gran Maestre, el cardenal Fernando Filoni, por la introducción de la vasija en la ceremonia para las Damas de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén.
La decisión del Gran Maestre de introducir este fuerte símbolo para las Damas es un gran regalo. Haber tenido la oportunidad de sostener la vasija en mis manos y entregarlo a las nuevas Damas ha sido un momento inolvidable en mi vida. Tener la vasija en las manos es la experiencia para cada Dama, de un modo especial y único, del recuerdo del gesto de las primeras Damas que amaron a Cristo y llevaron los frascos de aceite perfumado y aromas para preparar Su Cuerpo en el sepulcro. Encontraron el sepulcro vacío: ¡Cristo ha resucitado! Este es el fundamento de nuestra fe, es esta resurrección la que da fuerza a nuestra vida y es la razón de ser de nuestra Orden.
El Señor me concedió la gracia de ser elegida por la Lugarteniente para Italia Central, Anna María Munzi Iacoboni, para entregar esta vasija a las nuevas Damas el 1 de julio de 2022. Durante todo el tiempo que lo sostuve en la ceremonia, mi emoción fue inmensa, y surgieron preguntas y respuestas.
Para recordar y perpetuar lo que hicieron las primeras Damas, ¿qué significa para nosotras, Damas de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, sostener este jarrón en nuestras manos? ¿Qué ponemos en él, para quién y por qué?
El significado es el siguiente: una oportunidad para que todas las que lleven este símbolo en sus manos reflexionen sobre el poder de la resurrección de Cristo en su vida diaria como católicas y especialmente como mujeres.
En esta vaija ya no debemos poner aceites y aromas, sino nuestros actos de caridad, el amor a Cristo, a los demás, a nosotras mismas, en definitiva, la vida que el Evangelio nos pide que sigamos.
Para nosotras mismas, porque la tumba está vacía y el Cuerpo glorioso de Cristo no necesita aceites perfumados ni aromas. Al contrario, es nuestro cuerpo mortal el que necesita ser preparado con lo que cada día pongamos en esa vasija para prepararnos al encuentro con el Señor en el día elegido.