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2_Una revelación progresiva

 

Retomemos nuestro camino hacia la Navidad. Hemos escuchado el diálogo en el seno de la Trinidad: Dios siempre ha querido estar CON nosotros, pero su revelación se realiza gradualmente, paso a paso, como la luz de la mañana, como el camino que se revela hacia un destino determinado, como una puerta que se abre; la revelación se prepara a lo largo de los siglos.

No es inmediata como un trueno; sigue la línea del tiempo, de los días, de los meses, de los años; lo que Dios Creador ya había decidido para el mundo en su tiempo se respeta en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.

Toda la Sagrada Escritura, en esa parte que llamamos Antiguo Testamento, pero también los relatos no sagrados, que narran la vida de los hombres en todos los lugares y tiempos, muestran una manifestación progresiva pero viva de Dios.

En un contexto de acercamiento a la revelación de Dios a la humanidad, Abraham es quien percibe el profundo misterio de Dios, de un Dios que se hace cercano a él y a su familia, que le habla y le educa en la fe. Dios hace un pacto con Abraham y hace una promesa. Los Profetas mantienen entonces la fe en la Revelación divina, especialmente en los momentos más difíciles y en los momentos de gran tentación: la Alianza y la Promesa, que a veces parecían lejanas, vagas, inciertas, y los protagonistas iniciales distantes ellos mismos, son siempre despertadas por palabras y signos alentadores.

Dios habló de muchas y variadas maneras al pueblo de Israel y a una multitud de personas; y tuvieron alguna experiencia de la presencia de Dios, percibieron su belleza en lo más profundo de sus corazones, pero también en la naturaleza y en tantos hechos concretos. La relación entre Dios y el pueblo elegido era única, difícil, exigente; a veces los sentimientos se asemejaban a los celos.

Años, siglos de revelación gradual de Dios, hecha de palabras, culto y acontecimientos, refinaron los corazones del pueblo elegido y aumentaron la expectativa inconsciente de la humanidad.

Entonces, como se canta en la «Kalenda» de la antigua liturgia de las iglesias en la noche de Navidad, después del tiempo de Abraham, padre en la fe, de Moisés, que liberó al pueblo elegido de la esclavitud en Egipto, de David, rey y jefe del ejército de Israel, en el tiempo de la Olimpiada de 194, el año 42 del imperio de César Octavio Augusto, cuando reinaba la paz en la tierra, el año del primer censo de Roma, siendo Quirino gobernador de Siria y Herodes rey de Judea, nació en Belén de Judea Jesucristo, Dios eterno e Hijo del Padre eterno, queriendo santificar al mundo con su venida.

Lo que vamos a celebrar es la Navidad de nuestro Señor Jesucristo en su naturaleza humana.

 

Fernando Cardenal Filoni

 

(Deciembre de 2021)