La apertura del Jubileo en la plaza San Pedro

“Dondequiera que haya una persona, allí está llamada la Iglesia para ir a llevar la alegría del Evangelio...”

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La apertura del Jubileo en la plaza San Pedro Después de que el Santo Padre cruzara la puerta fue seguido por su predecesor, este acto común significaba su profunda unidad al servicio de la Iglesia

El 8 de diciembre marcaba en 1000° día del pontificado de Francisco. La plaza de San Pedro estaba cerrada con un dispositivo policial impresionante, sin embargo los fieles estaban presentes, algunos desde el alba, muy numerosos para la inauguración del Año Santo extraordinario, el día de fiesta de la Inmaculada Concepción. La belleza de la celebración abrió nuestros corazones a la promesa de una vida renovada. El tiempo, al principio cubierto, se aclaró como de costumbre cuando el Papa aparece para abrir los batientes de la Puerta Santa de la Misericordia.

“Cumplimos este gesto, a la vez sencillo y fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia”, explicaba durante su homilía, comentando la visita que el Ángel Gabriel hizo a la Virgen María el día de la Anunciación.

“Cuando Gabriel entra en su casa, también el misterio más profundo, que va más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella en un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia transforma el corazón, y lo hace capaz de realizar ese acto tan grande que cambiará la historia de la humanidad” subrayaba también el sucesor de Pedro proponiéndonos afirmar de nuevo nuestra confianza en el amor de Dios “que previene, anticipa y salva”. Ha situado nuestra historia nuevamente a la luz del amor que perdona: “Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados de entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo encierra todo en la misericordia del Padre”.

La Virgen Inmaculada es para nosotros “testigo privilegiado de esta promesa y de su cumplimiento”, Francisco nos ha instado a cruzar la Puerta Santa sintiéndonos partícipes de ese misterio de amor. “Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”, insistió.

La misa estaba sobre todo ritmada por el Ave María de Lourdes, en un ambiente de recogimiento intenso, y después de que el Santo Padre cruzara la puerta, fue seguido por su predecesor, Benedicto XVI, este acto común significaba su profunda unidad al servicio de una Iglesia “abierta al mundo”, cincuenta años después de la clausura del Concilio Vaticano II en el que tomó parte cuando el papa emérito era un joven teólogo. “El Concilio fue un encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir para reemprender con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; dondequiera que haya una persona, allí está llamada la Iglesia para ir a llevar la alegría del Evangelio”, acababa de precisar Francisco al hablar de “un impulso misionero”, y deseando que el Jubileo provoque esa apertura “en el espíritu surgido en el Vaticano II, el del Samaritano”.

“Que al cruzar hoy la Puerta Santa nos comprometamos a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano”, concluía, deseoso de llevar a todo el pueblo de Dios en un movimiento de renovación evangélica, manifestado por gestos concretos de solidaridad.

Representando en la oración las palabras del Papa pronunciadas más tarde, durante el ángelus, podemos pedir cada día del Año Santo “Que por intercesión de María Inmaculada, la misericordia tome posesión de nuestros corazones y transforme toda nuestra vida”.


F.V.


(10 diciembre 2015)