Gaudete et Exsultate: todos llamados a la santidad

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El Papa nos propone una síntesis de su apostolado, transmitido desde hace cinco años, en una nueva exhortación apostólica sobre el llamamiento a la santidad hoy, publicada el día de la solemnidad de la Anunciación y firmada el pasado 19 de marzo, día de la fiesta de san José. Se titula Gaudete et Exsultate -«Alegraos y regocijaos»- son las primeras palabras de Jesús en su discurso de la montaña (Mateo 5, 12).

 

«El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada», escribe Francisco en la introducción, como si quisiera poner a toda la Iglesia en la buena dirección. «Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamamiento a la santidad, procurando enfocarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades», comenta, recordando que el Señor ha elegido a cada uno de nosotros «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Efesios 1,4).

En un mundo globalizado donde el relativismo destructor provoca como reacción la dureza del corazón, se trata de no perder el rumbo: andar en presencia de Dios, sin importarnos nuestra condición y estado de vida, «cada uno por su camino», según la expresión del Concilio Vaticano II.

«Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo» confía el autor apasionado de este texto a la vez sencillo y fuerte, demostrando que la santidad es accesible para todos. Nos anima a no intentar imitar a modelos sino más bien a discernir nuestro propio camino, sacar a la luz lo mejor de nosotros mismos, lo que el Señor ha puesto en nosotros de verdaderamente único.

«Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez», exhorta el Papa. «Cuando sientas la tentación de enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: “Señor, yo soy un pobrecillo, pero tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco mejor”». Precisa que esta santidad «irá creciendo con pequeños gestos». Entre los testigos citados, Francisco habla del cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân, encarcelado durante mucho tiempo en Vietnam, que había renunciado a desgastarse en pedir su liberación. Había elegido vivir «el momento presente colmándolo de amor»; y el modo como se concretaba esto era: «Aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria».

Indica en su exhortación apostólica dos enemigos sutiles de la santidad, el agnosticismo y el pelagianismo, antiguas herejías que siguen de actualidad. Una de ellas transforma la experiencia cristiana en una serie de elucubraciones mentales, una forma de espiritualidad incorpórea que aleja del brillo del Evangelio. La otra se caracteriza por la adoración de la voluntad humana, lo que se traduce por una autosatisfacción egocéntrica y elitista carente de verdadero amor: el Evangelio se deja de lado y pierde toda su sencillez y encanto.

El Papa expone después detenidamente el manual de la santidad, las Bienaventuranzas proclamadas por Cristo, que son como «el carnet de identidad del cristiano» (Mateo 5, 3-12; Lucas 6, 20-23), luego el criterio sobre la base sobre la que seremos juzgados: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mateo 25, 35-36).

Sumergidos en una cultura en la que se manifiestan «la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y debilita; la negatividad y la tristeza; la acedia cómoda, consumista y egoísta; el individualismo, y tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro con Dios», nos sugiere algunas expresiones espirituales que caracterizan el amor auténtico hacia Dios y el prójimo: la resistencia, la paciencia y la dulzura; la alegría y el sentido del humor; la audacia y el fervor; el sentido de la comunidad y la búsqueda de la unidad así como la oración constante.

Para terminar recuerda que «nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante», «una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal». «Jesús mismo festeja nuestras victorias», dice el Santo Padre. La lucha se realiza con la capacidad espiritual del discernimiento que es un don que hay que pedir. «Esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano», constata el Santo Padre, pidiendo a los cristianos que hagan cada día un «examen de conciencia».

Con él recemos al Espíritu Santo para que infunda en nosotros «un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios» y «alentémonos unos a otros en este intento». « Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar».
 

François Vayne

(17 aprile 2018)

 

 

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