«El espíritu altera los planes»

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Margaret Sikorskaia «Oh, bienaventurado José,muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida. Concédenos gracia, misericordia y valentía,y defiéndenos de todo mal. Amén». (Margarita Sikorskaia, pintura sobre la paternidad).

El Patriarca latino de Jerusalén nos habla de San José en esta meditación que aceptó escribir especialmente para los Caballeros y Damas de la Orden.

 

San José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús, es considerado erróneamente como un desconocido entre los santos. Sin embargo, en su magisterio, los papas nunca han dejado de referirse a esta gran figura bíblica. Por mencionar solo a los últimos Papas, Pío IX lo declaró Patrono de la Iglesia Universal mediante el decreto Quemadmodum Deus (1870). Y precisamente en el aniversario de este decreto, el pasado 8 de diciembre, el papa Francisco decretó un año especial dedicado a San José. En 1989 san Juan Pablo II publicó la exhortación apostólica Redemptoris Custos, con motivo del centenario de una encíclica anterior, también dedicada a san José, publicada por León XIII y titulada Quamquam pluries. San Pío X también escribió sobre el esposo «desconocido» de la Virgen, como tantos otros.

En resumen, la lista es larga. Es, en efecto, una gran figura del Nuevo Testamento. Es cierto que hay pocos pasajes que se refieran directamente a él en los llamados evangelios de la infancia, pero estos pocos pasajes son ricos en información y también en recuerdos bíblicos del Antiguo Testamento.

El Evangelio según san Mateo es el que nos presenta más ampliamente los diferentes momentos de la vida de José. Entre estos momentos, retengo aquí solo un aspecto de esta preciosa figura. José es una persona llamada. La vocación es el don del Señor para participar en Su plan de salvación. Es el lugar que cada uno tiene en la historia de Dios con Su pueblo. Sobre todo, Dios llama a María, ella responde con su sí, y el plan del Señor da así un paso adelante. José se encuentra ante estos acontecimientos inesperados y no toma parte en ellos, no los asume, hasta que es llamado a hacerlo, no toma parte en ellos hasta que es invitado por el Señor. Nadie puede penetrar en el misterio de Dios si no es a través de la puerta de la vocación, si no es del modo que Dios elige. Y así es también para José, que permanece al margen de la compleja e increíble historia de María, hasta que comprende que Dios le llama a participar en ella. Entonces obedece inmediatamente y, como María, pronuncia su sí. María está llamada a llevar en su seno al Hijo de Dios, a ser la Madre del Señor. Sin embargo, José, ¿a qué ha sido llamado? En el Evangelio según San Mateo, tres episodios hablan de José: la primera aparición en sueños (Mt 1,18ss), la huida a Egipto (Mt 2,13ss) y el regreso de Egipto (Mt 2,19ss).

En cada uno de estos tres pasajes hay una expresión que se repite, casi idéntica cada vez: «José, toma al niño y a su madre». Esto es lo que el ángel le repite a José cada vez que se encuentra con él, cada vez que le llama para confiarle una misión, siempre le dice lo mismo: «toma contigo». El ángel le explica que lo ocurrido es obra del Espíritu Santo. En cada uno de estos tres pasajes, Mateo informa que José, al despertar, obedece la orden y toma (a su esposa) con él. No dice nada, no hace nada más que llevársela. La vocación es «tomar consigo», tomar y hacer exactamente la obra de Dios, la obra del Espíritu. Eso no es hacer nada.

La vocación no es nuestro hacer, es el punto que nos lleva de nuestra misión a Su obra, en nosotros y para nosotros. Es llevar el plan de Dios con nosotros en nuestra vida, es vivir de ese plan. José es ese hombre dócil, capaz de dejar de lado sus ideas, sus planes, aunque sean buenos planes, aunque obedezcan a la Ley de Dios, y que se abre al plan de Dios y a su novedad. Es el hombre valiente que, cuando está seguro de que lo que ocurre viene de Dios, se arriesga y acepta todas las consecuencias, incluida la inseguridad que se deriva de esa situación. Por lo general, el Espíritu trastorna los planes y nos lleva a donde no creemos que debemos ir. El Espíritu conoce otras vías, otros caminos, que no siempre comprendemos. ¿Qué habrá entendido José del discurso del ángel? Probablemente no mucho, pero entendía lo esencial, y que lo que estaba ocurriendo era obra de Dios. Y, confiado, acogió la vida y acogió a Jesús. El Espíritu realiza en nosotros la vida de Jesús: perdón, acogida, don, gratuidad y amor.

La redención, ese gran proyecto de Dios, llegó gracias al sí de María y a la obediencia de José. Una obediencia confiada, silenciosa y activa.

Esta es una importante lección de la escuela de Nazaret, de la que queremos partir también hoy.

Mons. Pierbattista Pizzaballa

Patriarca latino de Jerusalén

 

(1 de Mayo de 2021)