Un mensaje del papa Francisco

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La bendición del Papa emérito

Estimada Eminencia:

Gracias por su preciada carta del pasado 26 de junio en la que me ofreció su imagen de recuerdo y la homilía de sus 50 años de ordenación sacerdotal, aniversario celebrado el sábado cerca del Santuario de la Santa Cruz de la Piedad, en Galatone.

Con todo mi corazón pido las bendiciones del Señor para su Jubileo de 50 años de ordenación sacerdotal y le agradezco su precioso servicio como buen pastor durante tantos años. Como signo de gratitud le envío una copia de mi trabajo sobre el sacerdocio, «Anunciadores de la Palabra y Servidores de vuestra Alegría».

Le saludo en comunión de oración y con mi bendición apostólica para su Jubileo. Atentamente suyo.

Benedicto XVI

Una celebración llena de gratitud

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El pasado 13 de julio, en el Palazzo della Rovere, en presencia del personal del Gran Magisterio de la Orden del Santo Sepulcro, el cardenal Fernado Filoni presidió una celebración eucarística en agradecimiento por sus 50 años de sacerdocio. Mons. Tommaso Caputo, Asesor de la Orden y Arzobispo Prelado de Pompeya, que concelebró la misa, felicitó al Cardenal con las enhorabuenas de todos los Caballeros y Damas, asegurándole sus fervientes oraciones por su ministerio y confiándolo a la protección de Nuestra Señora de Palestina.

Unos diez días antes, en la provincia de Lecce (Apulia), en Galatone, el pueblo donde creció y están enterrados sus padres, el cardenal Filoni había celebrado sus 50 años de ordenación sacerdotal durante una misa en la iglesia madre — la misma en la que fue ordenado en 1970 —, con la participación de su familia, prelados y amigos, así como de las autoridades religiosas, civiles y militares. Concelebraron a su lado el cardenal Salvatore De Giorgi, natural de Lecce, el arzobispo de Lecce, Mons. Michele Seccia y el obispo de Nardò-Gallipoli, Mons. Fernando Filograna, que ayudó al alcalde de la ciudad, Flavio Filoni, a organizar el evento. Asistió una delegación de la Orden del Santo Sepulcro, encabezada por el Lugarteniente para Italia Meridional Adriática, Ferdinando Parente.

Durante esta misa el cardenal Filoni agradeció a Dios por «el servicio de la Eucaristía y de la Caridad pastoral en la Iglesia y por todos los hermanos —subrayó— que me han acompañado durante todos estos años».

También recibió la enhorabuena del papa Francisco, del papa emérito Benedicto XVI y del Prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, Dicasterio que fue presidido anteriormente por el cardenal. Publicamos en esta página lo más importante de esas cartas. Ha recibido asimismo numerosos mensajes de los miembros de la Orden del Santo Sepulcro del mundo entero. 

Gracias por los cincuenta años de vida sacerdotal

Homilía del Cardenal Fernando Filoni, con motivo de la misa celebrada el 4 de julio de 2020 en la iglesia de Galatone (Apulia) por el 50º aniversario de su ordenación sacerdotal.

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Se conoce al Salmo 83 con el nombre del “Deseo del santuario”. En la liturgia de las Horas, que es la Oración de los sacerdotes y personas consagradas, llamados a marcar el ritmo de su jornada con ella, se recita el versículo: «Dichoso el que encuentra en ti su fuerza y tiene tus caminos en su corazón» (v.6). Esta expresión contiene una bendición para el que emprende en la fe un “viaje”, un “camino” espiritual que consta de un compromiso de gran importancia personal: pienso en el bautismo, que da acceso al matrimonio cristiano y también a la elección de la vida sacerdotal y consagrada.

Como sacerdote, he leído este versículo cada vez que la Liturgia me lo presentaba. Esto ha sido como renovar la petición de bendición por el compromiso realizado, el que para mí coincide con la ordenación sacerdotal, el 3 de julio de 1970 en la iglesia madre de Galatone, que tuvo lugar de manos del obispo Antonio Rosario Mennonna, de venerada memoria, y con el hecho de encontrar en Dios el apoyo recibido por la fidelidad a Él y a la gracia sacramental recibida.

Hoy celebro cincuenta años de vida sacerdotal. Una meta alcanzada a través de una larga fase de mi vida, que ha coincidido con un período importante en la vida de la Iglesia, a la que he amado y servido. Son los cincuenta años después del Concilio Vaticano II, que primeramente fueron unos años al servicio parroquial en Roma y después en la Sede apostólica, veinte de ellos como obispo. He vivido muchos años en países diferentes: Sri Lanka, Irán, Brasil, China/Hong Kong, Irak, Jordania y Filipinas. Recuerdo todo de cada uno de ellos: los acontecimientos, la vida eclesial y las personas. He corrido riesgos y obtenido satisfacciones. He visitado regiones pastorales en África, Asia y Latinoamérica para conocer y fomentar la labor misionera y la evangelización de los pueblos.  He colaborado estrechamente con tres Papas: Juan Pablo II, ahora Santo, Benedicto XVI, un padre y maestro, y el actual Papa. He conocido grandes personalidades eclesiales, como a la Madre Teresa de Calcuta, así como mártires asesinados por el odio a la fe, como la hermana Cecilia Moshi Hanna, una hermana dominica de Bagdad (2002), y el joven sacerdote Ragheed Ganni de Mosul (2007); y también muchos laicos y sacerdotes confesores de la fe que estuvieron durante muchos años en las prisiones chinas; políticos de todos los niveles y muchas personas sencillas que cada día tejen el hilo de la fe y la caridad en la familia y la sociedad; refugiados que han sobrevivido dramáticamente al ISIS y a las guerras, y finalmente muchos hombres y mujeres religiosos de gran envergadura humana y espiritual, y hermanos en el sacerdocio llenos de afecto. Hemos caminado juntos. Nunca me ha faltado tiempo, aunque sea por breves períodos, para volver a mi país de origen: aquí, donde están enterrados mis padres, a los que ahora va un pensamiento agradecido y afectuoso, donde viven mi familia y amigos, a los que saludo con cariño y por su apoyo en numerosas circunstancias.

Debido a la pandemia que afecta a todo el mundo, y cuyo peso dramático conocemos todos, no pensaba realizar ninguna celebración pública; en tales circunstancias, tal vez fuera apropiado un día de recogimiento y de agradecimiento silencioso a Dios. Sin embargo, el Obispo de nuestra Diócesis de Nardò-Gallipoli, Mons. Fernando Filograna, junto con el clero y el Alcalde de Galatone, se ocuparon de organizar esta Celebración que, como pueden ver, se desarrolla de forma conforme a las circunstancias. Expreso mi más profundo agradecimiento por el generoso compromiso mostrado y por esta señal de atención personal.

Un sacerdote sabe que, desde que empieza a prepararse al santo ministerio, nunca pierde de vista dos tareas primordiales a las que tiene que dedicarse: la primera – según la enseñanza bíblica – es la entrega al Altísimo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Dt 6,5; Mt 22, 37); san Cipriano, obispo y mártir, enseñaba que «no hay que anteponer nada a Cristo». Es una hermosa lección que hay que tener en cuenta. La segunda, junto al mismo compromiso, es el ejercicio de la caridad pastoral, es decir, el servicio al prójimo y a aquellos que el Señor les encomienda y que se encuentran en su propio camino.

La entrega a Dios y la caridad pastoral tienen lugar a diario sobremanera en la oración, tanto personal como litúrgica, cuyo centro es la Eucaristía. En la Eucaristía encontramos el momento culminante tanto de la vida espiritual y sacramental de la Iglesia como el de la vida del sacerdote. Al confiar ese Don supremo a sus discípulos a través de las palabras - «Haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19) - y luego entregado por ellos a sus sucesores, el propio Jesús continúa actualizando el Misterio de su propia muerte y resurrección; gran Misterio de salvación y amor infinito por la humanidad. El sacerdote perpetúa así la ofrenda de Cristo al Padre, es decir, permite que Jesús la reproduzca en todo tiempo y lugar prestándole su voz y su ser; al mismo tiempo se permite al sacerdote que se asocie a Cristo en su Ofrenda al Eterno.

En la celebración de la Eucaristía, de hecho, el Señor acoge la invocación y la oración de la Iglesia que le implora sacramentalmente: Amén, ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 20), para expresar la espera impaciente de la Iglesia peregrina en el tiempo.

Así que encontramos dos líneas convergentes en la Eucaristía: Jesús que pide a la Iglesia que renueve su Ofrenda al Padre, y la Iglesia que pide a Jesús que se una a él en la misma Ofrenda. El sacerdote tiene esta misión. De esta misión se deriva la labor de evangelización, de perdón regenerativo de la vida de la Gracia y de cooperación al servicio de la paz y del bien en el mundo.

A partir de estas pocas líneas podemos tener la intuición de que el sacerdocio de Jesús no es una actividad particular entre otras del Hijo de Dios que vino en la carne. Es la mediación redentora de la Persona de Cristo. Su sacerdocio no es dinástico, no es electivo como un cargo democrático, ni pretende crear una "casta". Tampoco se trata de adaptaciones humanas, como se desearía a menudo, para hacerla, por así decirlo, más moderna y atractiva, y quizás para resolver ciertos problemas vocacionales o pastorales, aunque sean nobles. Los mismos Apóstoles, ante las crecientes exigencias de la primitiva comunidad cristiana, se preocuparon de no cambiar la voluntad del Maestro; eligieron hombres para el servicio de la caridad instituyendo el Diaconado, pero reservándose el Ministerio de la Eucaristía (oración) y de la Predicación (palabra) (cf. Hch 6, 4).

El sacerdocio de Cristo, al que el sacerdote acede por “elección” divina y por confirmación de la Iglesia, es por lo tanto por su naturaleza un Don sobrenatural; es una acción en la que participan la dimensión sobrenatural a través de la efusión del Espíritu Santo y la dimensión humana a través de la generosidad de la persona. A continuación, con su vida de celibato el sacerdote se convierte en el «amigo del esposo», el Cristo. Juan el Bautista al encontrarse con Jesús cerca del río Jordán, no se consideraba su primo, sino el «amigo del esposo», alegrándose por haber escuchado su voz: «pues esta alegría mía está colmada. Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar» (Jn 3, 29-30). Pablo VI (Sacerdotalis caelibatus), Juan Pablo II (Ecclesia de Eucharistia) y Benedicto XVI (Sacramentum caritatis) han mostrado que el celibato «representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo» (SC n. 24) y Francisco lo define como «una regla de vida y un don para la Iglesia» (entrevista del 27/05/2014).

No quisiera concluir estas reflexiones sin una breve referencia a la Liturgia de la Palabra de hoy que en la primera lectura (cf. Zac 9, 9-10) nos invita a saltar de gozo; una invitación tanto más pertinente si pensamos en el Don dejado por Jesús y recibido por la Iglesia. En una visión, el profeta Zacarías vislumbraba al Mesías -justo, humilde y victorioso- que, como dice San Pablo en la Segunda Lectura (cf. Rom 8, 9. 11-13), venció a la muerte y da vida. Sin embargo, en esta ocasión es el Evangelio (cf. Mt 11, 25-30) el que me llama la atención, porque es el pasaje de la oración que el Señor dirige al Padre por los suyos. Estas son palabras que siento que son válidas para mí y me gustaría hacerlas mías, asociándome a la oración de Cristo:

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por el ministerio sacerdotal dejado a tu Iglesia con generosidad y bondad. Gracias por haberme concedido recibir el mismo ministerio que tu Hijo Jesucristo y por haberme asociado a su misión sacerdotal; gracias por el conocimiento que a través de Él tenemos de Ti, Creador y sobre todo Padre Misericordioso.  Gracias, porque has permitido que Jesús Redentor tome mi yugo, mi fatiga, mis miedos y mi cruz. Gracias por el consuelo del Espíritu Santo y por estos cincuenta años de vida sacerdotal al servicio de la Eucaristía y de la Caridad pastoral en la Iglesia y por todos los hermanos que me han acompañado durante todos estos años. Amén.


Fernando Cardenal Filoni


4 de julio de 2020

Una carta del cardenal Tagle

Estimada Eminencia:

Con motivo del feliz aniversario de sus 50 años de ordenación sacerdotal, le expreso con alegría, en nombre de todo el Dicasterio misionero, unas palabras de felicitación y buenos deseos. También añado sentimientos de gratitud dirigidos al Señor por su persona y por la buena siembra que ha dado tanto fruto durante todos estos años de ministerio.

La concomitancia entre su Jubileo y la fiesta de Santo Tomás nos lleva a los horizontes misioneros de este Apóstol que, guiado por el Espíritu Santo de Pentecostés, no tardó en ir inmediatamente a las periferias del mundo, primero a la región parta, es decir, Siria y Persia, y luego, como afirma San Gregorio Nacianceno, a la costa oriental de la India, para dar vida a la primera comunidad cristiana de ese inmenso país.

Como representante del Santo Padre, Su Eminencia ha recorrido, en cierto modo, la misión itinerante de este apóstol, pasando de Sri Lanka a Irán, de Brasil a Hong Kong, de Jordania a Irak, y finalmente a Filipinas, llevando a estas delicadas regiones del mundo el carisma y la voz de Pedro, guardián de la doctrina y artífice de unidad. (…)

Es en consideración a este celo pastoral que el papa Benedicto XVI le confió – lo que fue un pasaje clave en su vida - la responsabilidad de la Iglesia misionera, como Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Este Dicasterio misionero ha tenido la alegría de conocerle y apreciar su manera segura de guiar, su preparación en cuestiones jurídicas, su gran sensibilidad pastoral y su espíritu de discernimiento. Gracias a usted el mundo misionero ha gozado de un impulso especial, las jóvenes Iglesias se han sentido en el corazón de la Iglesia universal y, al mismo tiempo, esperanza para la Iglesia de hoy y de mañana. (…)

Por tanta generosidad y, más aún, por el espíritu de sacrificio que ha marcado su actividad, que el Señor sea generoso en la recompensa. Le invoco, por la intercesión de la Virgen María, favores celestiales para usted, su ministerio y sus seres queridos. (…)

Suyo atentamente.
 

Luis Antonio Cardenal Tagle