Contemplemos el misterio de nuestra salvación

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Gerusalemme

Durante la Semana Santa y el tiempo de Pascua, periodo esencial para nuestra vida cristiana, meditemos a partir de los lugares de la Pasión y Resurrección de Cristo nuestro Salvador.
Desde el Cenáculo hasta la tumba vacía, pasando por Gesetmaní, la residencia del gran sacerdote que condenó a Jesús, el Gólgota y el Santo Sepulcro, dejemos al Espíritu Santo que nos guíe. Quiere revelarnos hoy que estamos amados por un inmenso amor, para que nosotros también podamos amar de manera incondicional a todas las personas que encontremos.  

 

EL CENÁCULO

EL CENÁCULO
El Jueves Santo

E l Jueves Santo, en la habitación que había sido preparada cui- dadosamente para comer la Pascua que Jesús había deseado ardientemente comer con sus discípulos, consumaban la anticipación sacramental (Ecclesia de Eucharistia, 3) del don total de Jesús, el acto extremo de Misericordia con respecto a la humanidad.

Ese día, en ese lugar y cada vez que celebramos la Santa Misa durante la cual hacemos memoria, Jesús ofrece su cuerpo y su sangre por nosotros, por cada uno de nosotros.

Mientras que los evangelios sinópticos narran la institución de la Eucaristía, el evangelista Juan relata otro hecho fundamental que se produce en el Cenáculo: Jesús enseña a sus discípulos que van a tener que ponerse al servicio unos de otros, tener misericordia unos de otros. El cristiano no puede pretender tener una relación con Dios si no se interesa y no sirve a sus propios hermanos (1 Jn 4, 20).

Getsemani

GETSEMANÍ
El Jueves Santo

Al final de la Cena, Jesús y sus discípulos se dirigen hacia Getsemaní. En los labios y en el corazón, la declaración de eterna misericordia de Dios Padre que va a acompañar a su Hijo durante todo el misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección. Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, necesita ahora ponerse en oración y confiar todo al Padre.

Esos minutos, esas horas en el Monte de los Olivos hablan directamente al corazón de aquellos que atraviesan un periodo difícil en sus vidas. El amor de Dios ha ido hasta darnos un amigo de ruta que ya ha afrontado la prueba, aunque ha ya sido un cordero sin mancha.

En las situaciones dolorosas, aunque a veces no le sintamos, Dios no podría estar más cerca. Llevemos en la oración a todos aquellos que son oprimidos y no ven salida al sufrimiento que tienen. Recemos para que el Señor nos de la fuerza para creer que su Misericordia no deja de obrar, también en las dificultades y sufrimientos.

San Pedro en Gallicantu

SAN PEDRO EN GALLICANTU
El Viernes Santo

Estar en camino hacia la santidad, como todo cristiano, no quiere decir haber dejado para siempre y totalmente de ser pecador. Necesitamos siempre del perdón de Dios, de su misericordia que nos sostiene y nos ayuda a avanzar y levantarnos cuando caemos.

San Pedro se dio cuenta enseguida: Jesús le había elegido como “roca” sobre la que “edificaría su Iglesia”, pero no ignoraba claramente sus debilidades humanas. La llamada de Dios y el hecho que nos confía una misión no implica pretender que no existe la posibilidad de caer en tentación. Y Jesús sabe que Pedro va a negarle varias veces. La noche de la última Cena, frente al ímpetu de Pedro por manifestar a su Señor su entrega total, Jesús le anticipa lo que va a ocurrir, es decir, que “hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres” ( Mc 14, 30).

Se puede pensar que gracias al hecho de que Jesús haya mostrado que sabía lo que iba a producirse, precisamente – y eso a pesar del hecho de que no hubiera expulsado a Pedro, sino que le tomó consigo para rezar en Getsemaní –, Pedro ha podido reconocer su traición, arrepentirse y levantarse de nuevo. Pedro creyó en el perdón. Esa es sin duda la diferencia entre Pedro y Judas: creer que la Misericordia de Dios es tan grande que nos acoge cuando, arrepentidos, volvemos a la casa del Padre.

Santo Sepulcro

LA BASÍLICA DEL SANTO SEPULCRO

Entrar en la basílica del Santo Sepulcro y recorrer, rezando y meditando, las últimas estaciones del Viacrucis, hace enmudecer. El aire que se respira en ese lugar santo es el del don, el del abandono total de Jesús entre los brazos misericordiosos del Padre y entre las manos violentas de la humanidad. ¿Puede existir una prueba de un amor más grande por nosotros, los hombres? Pasemos tiempo con Jesús, nuestra salvación, y meditemos sobre las palabras del apóstol Pablo:

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en el cielo,
en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Filipenses 2, 6-11